Acerca de Annabel Almagro
Nací en el ’84 y crecí en un pueblo rodeado de campo y alejado del mar de la provincia de Barcelona. Mi infancia transcurrió en la época de Mario Bros y los tazos. Lloré cuando Chanquete murió y Marco perdió a su madre. Me aburrí con Oliver y Benji, me partí de risa con Leticia Sabater y bailé al ritmo de las Spice Girls. Pertenezco a la generación de Espinete y la abeja Maya, del coche Fantástico, de Bonanza, el VHS y las cintas de cassette. Mis héroes de la infancia fueron Willy Fog, Murdock (Equipo A) y Son Goku.
En aquella época, jugábamos en la calle, chutando una pelota, persiguiéndonos con la bici o saltando a la goma. Pero lo que más me gustaba era corretear en el campo con mi abuela. Ella me enseñó a identificar especies de plantas y recolectar las comestibles o medicinales: hinojos, tomillo, espárragos, manzanilla… Me encantaba explorar la naturaleza, disfrutaba encontrando insectos y recolectando vegetales que luego ella me cocinaba. O recogiendo hierbas que me daba cuando me dolía el estómago o me resfriaba.
Si le preguntáis a mi madre, os dirá que de pequeña era una niña 'muy movida'. Siendo hija única, me entretenía creando mis propias historias. Recuerdo que me encerraba en el cuarto, me disfrazaba de algo y montaba mis propias coreografías o escenas de cine.
A los 12 años me inicié en el teatro.
Una pasión que no he abandonado nunca y que ha estado presente en mi vida de una forma u otra. Me formé en escuelas de teatro e interpretación. Hice algunos trabajos en radio, cine y en la televisión catalana. Y formé una compañía con dos artistazas más, Trestafaneres. Con ellas hicimos un par de montajes teatrales de creación propia.
Participé en diferentes producciones de teatro y cine pero nunca despegué. No es fácil dedicarte a eso y más cuando te urge llegar a final de mes.
Llegado el momento, tuve que decidir. Así que me decanté por estudiar educación social. Una carrera que me gustaba y que me permitía ganarme la vida, mientras seguía compaginándolo con la interpretación.
Siempre me ha gustado la enseñanza y ayudar a los demás.
Nace de mí, me hace feliz ver sonreír a los demás. Ayudar al otro siempre que puedo me resulta gratificante. He pasado momentos realmente duros en mi vida. Y gracias los consejos y apoyo de las personas a mí alrededor, y a mi voluntad de superación y perseverancia, siempre he salido adelante.
Desde el 2002 me he dedicado a la educación. He trabajado con niños, adolescentes, adultos y gente mayor. En proyectos orientados a la comunidad, a la alfabetización digital y uso de las nuevas tecnologías, proyectos de inserción laboral, de rehabilitación y de expresión teatral. Con grupos de escolares, sin papeles, drogodependientes, niños y adolescentes en riesgo de exclusión social. La mayor parte del tiempo lo he pasado en prisión, como profesional.
Mi paso por la cárcel
Me apasionaba trabajar allí, tantas ideas, tantos proyectos por llevar a cabo, tanta ilusión… Puse mi máximo empeño y dedicación en todos esos años como funcionaria interina para el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya. Pero desafortunadamente, para ayudar a los demás no basta con tu empeño. También necesitas que el otro quiera dejarse ayudar para que se produzca el cambio. Y que el marco en el que se desarrolla esto te facilite las herramientas necesarias para llevarlo a cabo. Y eso no siempre sucede.
La educación social es una profesión frustrante.
Te da grandes alegrías cuando consigues ayudar a una persona a tirar adelante, pero la mayoría de veces te llevas grandes decepciones.
Trabajaba para un gobierno que se preocupaba más por los números que por la calidad de la rehabilitación. Un poder judicial que demuestra ser desmedido. Una democracia que deja a los ricos ladrones en la calle mientras mete a los pobres en la cárcel. Esto me generaba unos dilemas morales con los que cada vez me costaba más lidiar.
Llegó un momento en el que me sentía igual de atrapada que los presos con los que trabajaba. Bajo los mismos muros, un día y otro, un año y otro, dentro de un sistema rígido, burocrático e injusto. Y eso es lo que me esperaba hasta que me jubilara. ¡Qué condena tan larga me tocaba pagar!
Debía mover ficha.
Me empecé a cuestionar cómo usaba yo mi libertad y qué necesitaba para desarrollarme, para vivir una vida plena y ser feliz.
Los años que pasé en prisión sin duda marcarían mi camino. Pero lo que definitivamente lo cambió todo, fue la muerte prematura de mi padre a manos del cáncer. Eso me sacudió desde las entrañas y ahí me di cuenta del significado real del dicho ‘la vida son dos días’. Literalmente.
Una pregunta me venía a la cabeza constantemente: ¿Si muriera mañana, estaría satisfecha con la vida que he vivido? Y la respuesta no me satisfacía del todo.
Estaba viviendo una vida que ya no me llenaba y el cementerio estaba lleno de gente con sueños no vividos. No quería formar parte de ese grupo.
Y sin embargo la gente a mi alrededor, mi familia, los amigos… Creían que yo era afortunada por tener la vida que tenía. Después de todo, y con la que estaba cayendo en España en plena crisis, lo era. Había conseguido un trabajo de lo que yo había estudiado, que me esforcé por conseguir, en el que gozaba de reconocimiento. Ganaba más de 2.000 euros al mes y tenía un montón de días personales y vacaciones al año, para irme a viajar o gastarlo como me diera la gana. Soltera, sin hijos, ni ataduras, joven... ¿Qué más podía pedir?
Cómo el buceo cambió mi vida
En este punto de mi existencia, descubrí el buceo. Nunca olvidaré mi primer bautizo de submarinismo, la sensación de respirar bajo el agua es única. Estaba allí abajo, gravitando como una astronauta, viendo los peces pasar. Solamente oía mi respiración y las burbujas, cosa que me relajaba. Pero a la vez sentía la excitación de estar debajo de toda aquella masa de agua, respirando, convertida en una sirena. Una mezcla de paz y exaltación al mismo tiempo.
En aquel momento supe que esa no sería la última vez que buceara. Me enganché de seguida.
Saqué mi primer curso de buceo Open Water en Tailandia, dos meses después del bautizo en Lloret de Mar. Allí conocería a Anna, una catalana que había dejado una vida convencional en España para irse a recorrer mundo y que trabajaba como guía de buceo.
Ahí descubrí que otra vida era posible.
Si ella lo estaba haciendo yo también podía. Me encantaba viajar y me apasionaba el buceo. Recorrer los parajes submarinos descubriendo peces, plantas y especies como hacía cuando era niña.
Y no solo eso, sino que con el buceo también podía dar salida a mi creatividad, mediante la fotografía y el vídeo subacuáticos. Podía inventar historias, podía retratar ese mundo… son tantas las razones para bucear!
Ya no recolectaba especies de plantas como cuando era niña, coleccionaba imágenes y retratos de bichos marinos como si fueran cromos.
Me parecía fascinante la idea de pasarme el día bajo el agua, inmersa en el mundo del silencio. Trabajar al aire libre rodeada de naturaleza, enseñar a la gente a bucear, hacer disfrutar a los demás… Y mostrar esa naturaleza tan desconocida para muchos y tan fascinante mediante imágenes. Además, el buceo me permitía viajar de aquí a allá ejerciendo esta profesión.
El buceo era la antítesis de mi trabajo en la prisión. Pero el reto era muy grande…
¿Dejarlo todo?
Me daba vértigo la idea. Salir de la zona de confort es para valientes.
Fue pasando el tiempo y seguí buceando y formándome. Los destinos de mis próximos viajes dejé de decidirlos en función de las cosas que hay para visitar en ese país. Sólo me hacía dos preguntas: ¿Se puede bucear en ese lugar? y ¿Qué fauna hay bajo el agua?
El buceo, me aportó muchísimo. Hice grandes amigos, me iba sola a hacer viajes de buceo en vidas a bordo, no me daba miedo. Sabía que cuando aterrizara encontraría un grupo de personas con las que compartíamos la misma pasión, deportistas, gente a la que le gusta la naturaleza... Un lugar en el que estaba garantizado el buen ambiente y la diversión.
Yo quería bucear y buceaba.
Me presentaba en el centro de buceo que fuera y daba igual que estuviera sola. Iría con un guía, me asignarían una pareja de buceo y acabaría la inmersión tomando unas cañas con ellos y celebrándolo.
El buceo es un deporte en el que se fomenta el compañerismo y la colaboración de los buceadores.
Uno no bucea solo, como norma va en pareja para garantizar la seguridad de ambos durante una inmersión. Esto crea grandes vínculos entre los buceadores. Gracias a este deporte he hecho grandes amigos alrededor del mundo y he descubierto países como Italia, Tailandia, Malasia, Egipto, Tanzania, México...
A medida que avancé en la formación como buceadora en la Costa Brava, me fui implicando más y más profesionalmente. Los fines de semana y durante mis vacaciones me iba al centro de buceo y les echaba una mano a cambio de que me dejaran bucear gratis.
Además también fui avanzando en la fotografía submarina.
Al principio me frustraba que las fotos que hacía no salieran como yo esperaba. Lo que más rabia me daba, era que no hacían honor a la realidad. Que mis fotos afeaban esos bellos fondos marinos.
Así que poco a poco, fui aprendiendo vídeo y fotografía submarina. Con formación y práctica empecé a hacer fotos que eran dignas de mostrar.
Y cada vez más, quería dedicarme a eso.
Quería dejar una profesión frustrante como la del educador social, para hacer lo que me gustaba, viajar, bucear, explorar la naturaleza, hacer fotos y grabar vídeos…
Cada día que pasaba se me hacía más difícil ir a trabajar allí dentro. ¿Y cómo podía ayudar a nadie si yo misma era infeliz por estar allí?
¿Cómo cambiar de vida para dedicarte a lo que te gusta?
Debía hacer mi sueño realidad. Había llegado el momento. Pero, ¿cómo lo iba a hacer?
Pues muy sencillo, convirtiendo ese sueño en objetivos.
Diseñé un plan.
• Lo primero que hice fue hacerme un plan de ahorros para tener un buen colchón antes de dejar el trabajo y lanzarme a la aventura de viajar buceando. Me propuse un objetivo de ahorros mensual que fui cumpliendo religiosamente.
• Lo segundo fue mejorar mis idiomas, eché la solicitud en la escuela oficial de idiomas y ¡bingo! Pude reciclar el inglés y el francés que tenía oxidados.
• Lo tercero convertirme en una pro del buceo. Hacer los cursos profesionales de buceo para poder trabajar de eso mientras viajaba.
Pasaba el tiempo, los meses y cada vez estaba más avanzado mi plan.
En 4 años desde mi primer bautizo, me había convertido en instructora de buceo PADI y tenía a mis espaldas más de 600 horas bajo el agua. Hablaba inglés y francés. Tenía experiencia en la enseñanza, buenos conocimientos de informática... Había empezado a ganar mis primeros extras como fotógrafa submarina a los clientes del centro de buceo. Era sociable, responsable, creativa, perseverante y trabajadora.
Me iba a ir bien, seguro.
Había ahorrado suficiente dinero como para vivir un año en un lugar como el sudeste asiático en el que con 350€ al mes podía subsistir. Además trabajaría como instructora de buceo. Y con esa profesión podía ganar entre 800 y 1200€ al mes en cualquier parte del mundo.
Estaba ya en la fase final de mi proyecto, faltaba por largarme de la cárcel y deshacerme de todas mis cosas personales.
Compré el billete y lo anuncié a mis amigos y familia con este vídeo...
Debía elegir qué necesitaba para vivir y meterlo todo en una mochila.
Y en ese punto conocí a Efra Méndez.
Un instructor de buceo, apasionado de la fotografía y la naturaleza, con los mismos sueños que yo.
¡Pam!
Decidimos ser compañeros de viaje e ir juntos a por nuestro sueño de viajar buceando.
Empezamos por trabajar juntos como instructores en un vida a bordo, en el mejor punto de buceo de Tailandia, las islas Similan.
Y ahí empezó nuestro proyecto.
No solo teníamos en común los mismos objetivos en ese momento, sino que también compartíamos las ganas de enseñar al mundo lo apasionante que es el buceo mediante nuestras fotos y vídeos. Mostrar todo lo que hay bajo el mar y cómo el deporte de riesgo más seguro del mundo puede transformar vidas contagiando nuestra pasión por la imagen submarina.
Así que decidimos crear un blog. Al principio no teníamos ni idea, después de ver muchos tutoriales por Internet conseguimos crear una pseudo-web, pero claro sólo nos leían nuestras madres y carecía de organización o estrategia alguna. Y además era fea… muy fea… XD
A los dos no gusta escribir y yo soy una friki de lo digital así que no cedimos en nuestro empeño. Decidimos buscar ayuda, e invertir dinero y tiempo en formarnos. Hacer algo más serio y profesional, crear nuestro propio negocio digital alrededor de nuestras pasiones y seguir desarrollando nuestro objetivo de ser cada vez más libres. No queríamos estar atados a un lugar o centro de buceo, también queríamos ser nuestros propios jefes.
Pasamos meses formándonos y aprendiendo sobre negocios online, blogging, marketing digital y creamos la web que estás leyendo.
Actualmente seguimos aprendiendo y aunque llevamos más de 4.000 euros gastados en formación no dudamos en reciclar nuestro conocimiento cuando lo necesitamos. Tenemos muy claro que reciclarse es fundamental hoy día para sobrevivir en este mundo tan cambiante y cada vez más digitalizado.
Así que nos hemos convertido en emprendedores digitales que vivimos buceando alrededor del mundo, generando nuestros propios ingresos a partir de nuestras pasiones. Y aquí, en nuestra casa, te compartimos todo nuestro conocimiento para que tú puedas hacer lo mismo: viajar, aprender fotografía y vídeo submarino, formarte como buceador profesional y crear tu propio negocio.